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De la muerte al nacimiento

“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (I Pe.1: 23).

Somos propensos a pensar que la muerte sigue al nacimiento. Las personas nacen para vivir sus vidas y luego mueren.

Espiritualmente, sin embargo, es al revés. Pedro, por inspiración divina, dice que debemos “nacer de nuevo” porque: “Toda carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre como la flor de la hierba. La hierba se seca y su flor se cae: Pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que os es anunciada por el evangelio” (IPed. 1:24,25).

Este nuevo nacimiento es un asunto espiritual, necesario por el hecho de que por naturaleza los hombres están “muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Por lo tanto, los creyentes no nacen de nuevo de la misma manera que nacieron primero, sino que nacen de nuevo, se les da nueva vida al creer en la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios, en este pasaje, se llama “simiente incorruptible”, simiente que no puede morir. Una vez que la Palabra se arraiga en el corazón, una vez que se cree y se recibe, no muere nunca, sino que produce “vida eterna”.

“La Palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la Palabra que os es anunciada por el evangelio” (Versículo 25).

La Palabra de Dios se arraiga en el corazón de uno solo cuando uno cree en el evangelio, las buenas noticias, sobre la obra redentora de Cristo. El mismo Pedro proclama este maravilloso evangelio: “…no fuisteis redimidos con cosas corruptibles, como oro y plata…sino con la sangre preciosa de Cristo…” (I Pedro 1:18,19).

“Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero…” (I Pedro 2:24).

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios…” (I Ped.3:18).

AL CREER EN ESTA BUENA NUEVA, LOS PECADORES MUERTOS “NACEN DE NUEVO”.