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El camino completamente opuesto

“Ahora bien, para el que obra, la recompensa no se cuenta como gracia, sino como deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-5).

En nuestro testimonio del Señor, Romanos 4:4-5 son buenos versículos para aprender de memoria. La razón es que afirman lo contrario de lo que la mayoría de la gente piensa acerca de cómo ser salvo. La mayoría cree que la forma de estar bien con Dios es ser bueno y ganarse el camino al cielo haciendo cosas buenas. Estos versículos dicen algo diferente.

Cuando las personas trabajan en sus trabajos y reciben sus cheques de pago, tienen derecho a sus salarios. Se los ganaron. Trabajaron para ello y tienen derecho a esperar lo que les corresponda en función de un salario acordado. Y el empleador está endeudado para pagar a los empleados por su trabajo. Las personas no acuden a sus empleadores después de recibir sus cheques de pago, les agradecen por el gentil regalo de dinero y protestan porque no lo merecían. En cambio, las personas toman ese cheque y se van a casa, sabiendo que se lo ganaron y que se les reembolsa por su tiempo y trabajo.

Muchos quieren creer que es la misma manera de ir al cielo, que trabajas y te lo ganas, que obtienes lo que te corresponde y que la salvación es una recompensa. Pero no es así con la salvación. Es todo lo contrario. La salvación es “al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (v. 4).

Nadie recibe la salvación y la justicia de Dios trabajando por ella. Se da “al que no trabaja”. No tenemos nada que ofrecer a Dios en nuestro estado injusto. Y la justicia de Dios no es y no puede ser ganada. No es algo por lo que trabajamos y, por lo tanto, Dios nos lo debe; es algo que recibimos solo por la fe en Cristo.

El trabajo produce salarios que la persona que trabaja merece o gana. La fe recibe un don que la persona que cree no merece ni gana. Para que la justicia de Dios sea imputada a nuestra cuenta, y para ser justificados y declarados justos por Dios, simplemente “[creemos] en aquel que justifica al impío”. Confiamos en el Señor. Tomamos a Dios en Su Palabra. Ponemos nuestra fe en Él cuando Su Palabra nos dice que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó (1 Corintios 15:3-4). Confiando en Dios y en Sus buenas nuevas, somos hechos justos por Dios.

Dios justifica, no a los piadosos ni a los buenos, sino a los “impíos” por su fe en él. Romanos 3:10,23 nos dice: “No hay justo, ni aun uno” y “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Todos somos pecadores injustos. ¡Dios justifica a los impíos porque no hay piadosos para que Él los justifique! Todos son impíos a Su vista. Dios justifica a cualquiera que cree en Él.

No necesitas limpiar tu acto primero o arrepentirte y alejarte de tus pecados para ser salvo, como comúnmente se enseña. Simplemente ven como eres, como un pecador impío, lánzate sobre la gracia y la misericordia de Dios, y cree. Simplemente confía en Cristo como tu Salvador personal y eso es todo. La justicia de Dios se recibe únicamente por la fe estrictamente como un don gratuito de Dios. ¿Has creído?