El espíritu de filiación

by Pastor Cornelius R. Stam

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“Porque no habéis recibido de nuevo el espíritu de servidumbre para temer; mas vosotros habéis recibido el espíritu de adopción [Lit., filiación], por el cual clamamos: Abba, Padre” (Rom. 8:15).

La posición del creyente en la familia de Dios está ampliamente ilustrada para nosotros en las Epístolas de Pablo. En Gal. 4:1-5 el Apóstol alude al hecho de que en la vida de todo muchacho hebreo llegaba un tiempo, señalado por el padre, cuando el muchacho era declarado formalmente hijo adulto, con todos los derechos y privilegios de filiación.

Ahora se suponía que el joven ya no necesitaría supervisores para mantenerlo bajo control. Habría una comprensión y una cooperación naturales entre padre e hijo. Y así se llevó a cabo el procedimiento de “adopción” [Gr., colocación de hijo], indicando que el niño, ahora un hijo adulto, ya no estaba bajo la ley, sino bajo la gracia.

“Y por cuanto sois hijos”, dice el Apóstol, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre. Así que ya no eres siervo, sino hijo [adulto]” (Gálatas 4:6,7).

Esta es la posición de todo creyente en Cristo. Él puede, como los corintios, todavía ser un bebé en su experiencia espiritual (I Corintios 3:1), pero en Cristo ocupa la posición de un hijo adulto, y para crecer espiritualmente no le hará ningún bien ir de vuelta bajo la Ley; más bien debe reconocer su posición ante Dios en gracia. Por eso dice el Apóstol en Rom. 8:15:

“No habéis vuelto a recibir el espíritu de servidumbre para temer; pero vosotros habéis recibido el espíritu de adopción [filiación], por el cual clamamos, Abba, Padre”.

Un reconocimiento de esta posición hará mucho más para ayudarnos a vivir una vida piadosa que el “hacer y no hacer” de la Ley.