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El Espíritu Santo y el creyente hoy

La gracia y la fe son los rasgos característicos de la presente dispensación. Ahora no solo se declara que la salvación es por gracia, por medio de la fe, sino que el Espíritu también opera en el creyente por gracia, por medio de la fe. Él no toma posesión de nosotros para hacer que hagamos lo correcto, sino que mora dentro de cada creyente (I Corintios 6:19) para proporcionar la guía necesaria y la fuerza para resistir la tentación, y podemos aprovechar esta provisión por fe.

El Espíritu, quien primero nos impartió vida, también impartirá fuerza para resistir la tentación y vencer el pecado. En nuestra incapacidad de orar como deberíamos, “el Espíritu… nos ayuda en nuestras debilidades” e “intercede por nosotros” (Rom. 8:26). En nuestra debilidad somos “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16) y Dios incluso se inclina para “vivificar [nuestros] cuerpos mortales por su Espíritu que mora en nosotros” (Romanos 8:11).

“Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir según la carne” (Ver. 12).

La implicación del pasaje anterior es que, aunque muy tentados, somos deudores del Espíritu que mora en nosotros y proporciona poder vencedor.

La pregunta, en tiempos de tentación, generalmente es si realmente deseamos vencer, porque podemos vencer en cualquier caso por gracia, a través de la fe. En la presente dispensación no es cierto que no sea posible que el creyente peque, pero es benditamente cierto que en cualquier situación es posible que no peque, porque el Espíritu siempre está ahí para ayudar.