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El luto de la resurrección

“Pero María estaba afuera llorando junto al sepulcro” (Juan 20:11).

¿Por qué lloró? ¡Porque la tumba estaba vacía! ¡Qué penas innecesarias siguen a la incredulidad! Esos ojos empañados por las lágrimas no vieron la evidencia de la resurrección del Señor. Y cuando los ángeles preguntaron: “¿Por qué lloras?” ella dijo: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. ¡Pobre mujer! ¡Ella hubiera preferido encontrar Su cuerpo allí!

Pero aquí hay dos camino de Emaús, no menos tristes. Están hablando juntos sobre todo lo que ha sucedido durante los últimos días y “[mientras] comulgaban y discutían, Jesús mismo se acercó y fue con ellos, pero los ojos de ellos estaban cerrados para que no lo conocieran. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis los unos con los otros, andando, y estáis tristes? (Lucas 24:15-17).

La palabra “caminar” aquí no significa caminar, sino deambular sin rumbo fijo. Iban camino a Emaús, pero tenían el corazón tan quebrantado que no les importaba si llegarían o no. ¿Qué les había hecho perder la esperanza? Escuche sus propias explicaciones:

“Esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y además de todo esto, hoy es el tercer día desde que estas cosas sucedieron” (Lucas 24:21).

Habían perdido la esperanza porque este era el tercer día desde la crucifixión del Señor, sin embargo, este era el mismo día en que Él resucitaría de entre los muertos, según Su propia promesa repetida con frecuencia.

¡María llora porque la tumba está vacía! ¡Los dos discípulos están desconsolados porque ahora es el tercer día desde su muerte! Sonreímos ante la ironía de la incredulidad. Pero, ¿y nosotros mismos? El Cristo resucitado y glorificado ejerce un poder mucho mayor y ofrece bendiciones mucho mayores a los creyentes ahora de lo que sus seguidores de antaño conocían.

“¡Oh, qué paz a menudo perdemos! ¡Oh, qué dolor innecesario soportamos!” Todo porque no tomamos a Dios en Su Palabra.