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¿Has oído?

“Si habéis oído acerca de la dispensación de la gracia de Dios que me es dada para con vosotros” (Efesios 3:2).

¿Será que aquellos a quienes Pablo dirigió su carta a los Efesios aún no habían oído que Dios le había encomendado “la dispensación de la gracia”?

Después de la muerte y resurrección de Cristo, la conversión de Pablo y su comisión de proclamar “el evangelio de la gracia de Dios” fue el evento más grande de la historia. Los apóstoles en Jerusalén habían reconocido la importancia de la parte de Pablo en el programa divino. Ellos mismos habían sido enviados al principio por Cristo a “todo el mundo”, pero en Gal. 2:9 encontramos a Santiago, Pedro y Juan dándose la mano públicamente a Pablo en un acuerdo solemne de que él sería desde entonces el apóstol de las naciones.

¿Podría ser que unos doce años después, cuando escribió la carta a los Efesios, había alguien que profesaba el nombre de Cristo que no había oído hablar del lugar especial de Pablo en el programa de Dios como apóstol de la gracia? No es de extrañar que sus palabras “si habéis oído” lleven consigo un toque de reproche.

Es posible, por supuesto, que haya algunos entre ellos, pero recientemente traídos a la Iglesia, que no hayan oído, pero lo que parece completamente increíble es que haya incluso un creyente en esta fecha tardía que no haya oído que después de Cristo y su reino había sido rechazado y el mundo estaba maduro para que cayera el juicio profetizado, Dios intervino, salvó a Saúl, su principal enemigo en la tierra, y lo envió con “las buenas nuevas de la gracia de Dios”.

Esta buena noticia se basa, por supuesto, en el hecho de que, puesto que Cristo era el Cordero de Dios sin mancha, Dios acepta Su muerte como plena satisfacción por el pecador. Así Pablo, por inspiración divina, declara que los creyentes son “justificados gratuitamente por su gracia [la de Dios], mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom. 3:24).